Porque la pregunta del millón es... ¿porqué no dijiste nada? Esperemos que no sea demasiado tarde.
Querida Amiga: En realidad todavía no sé cómo definirte, si amiga porque esta es una palabra bella con un significado especial, y tú eres… como te diría, esa amiga a la que quisieras ver cada día. La que te acompaña en momentos alegres y tristes, en la que no estás a mi lado, pero te siento cerca, muy dentro de mí.
Durante mucho tiempo he escrito a todos y cada uno de vosotros, a nuestros pecados, a las mentiras, al amor, a los celos, los sueños, al humor… a la mujer, al hombre, a las distintas etapas de la vida, infancia, adolescencia, madurez y ocaso.
Pero esta vez, quiero escribirte una carta a ti, solo a ti…”a la vida” la más bella palabra del diccionario. Quiero pedirte, más bien la palabra exacta sería rogarte… porque no me hallo en el derecho de exigirte un poco más de tiempo, solo vivimos una vez, y no puedes hacerme esto… no, así no quiero irme… tengo que despedirme, y no creas que te lo voy hacer fácil.
Esta vez he caído más y más lentamente, hasta ahora he podido siempre levantarme… pero lo estoy intentando… cada día que vivo, lo hago por vosotros, mi familia, mis amigos pero también soy sincera y doy cada día todo por mí, quiero todavía que se cumplan todos mis sueños.
Para probar el sabor dulce, antes tuve que probar el sabor del dolor, tuve que enfrentarme a ti, para luchar en mi beneficio, no nos engañemos, mis proyectos están todavía en el aire, aun no los conseguí, y lucharé contra ti por vivir… ¡vivir!
Podría escribir esta noche la carta más triste de mi vida, sin embargo no será así, porque aunque tenga que hacer mi viaje más largo sin equipaje, me llevaré todo de ellos.
Me llevo todo el amor que me ha dado mi esposo, me llevo las risas de mis hijos, el cariño de mi familia, y el apoyo incondicional de mis amigos… ¿qué más puedo pedir? Sería egoísta por mi parte pedir más… y más ¡Pero lo estoy pidiendo a gritos!
Anoche fui feliz, hacía tiempo que no me había sentido así. Hemos pasado unos días muy duros, hemos sobrevolado entre el bien y el mal, entre la luz y la oscuridad, pero ahora me encuentro en una fase de esperanza… de que todo vaya a ir bien.
El, mi esposo, me hizo sentir la mujer más deseada del mundo… aunque eso me costase que ambos derramásemos lágrimas a raudales.
Temblé como la primera vez, pero no era ante el temor de algo desconocido, no era de amor, ni de pasión, ambos temblamos arañando los instantes que deseamos estar todavía juntos.
Sus manos se deslizaron sobre mi camisón de raso color chocolate, y subieron por mis caderas llevándose entre sus dedos, la fina tela que envolvía mi cuerpo.
Me miré al espejo y me vi, mis labios querían pronunciar palabras, pero eran ahogadas por besos…
-Apaga la luz por favor, apágala…susurré con un hilo de voz.
-No seas tonta, mira…
Deslizó los finos tirantes del camisón sobre mis hombros, y en unos segundos me vi frente al espejo desnuda. Mi rostro cambió entonces y solo pude murmurar…
-¡No, no quiero verme así! Oculté mi rostro entre mis manos y lloré amargamente.
-¡Quiero recuperar mi pecho, no quiero sentirme así!- Susurré con un hilo de voz, apenas perceptible.
Su mano acariciaba suavemente mi espalda y llegó al lugar que había ocupado uno de mis senos, dónde el filo de un bisturí había dejado un cruel recuerdo.
Le aparté bruscamente la mano, pero él tomó la mía, y me la puso sobre esta maldita cicatriz, diciendo:
-No hables, sólo escucha y dime lo que sientes …
Mi rostro palideció y con voz quebrada murmuré.
-¡Los latidos de mi corazón!
-Agradece los instantes que te están regalando, agradece que no seas un recuerdo, suspiras, besas, amas… ¡Todavía eres una mujer!
Y en un delicado gesto me alzó el rostro, pude ver sus ojos abnegados de lágrimas… los dos nos fundimos en un largo abrazo, nos hablamos sin palabras, nos amamos sin decirnos nada…
Me despierto sobresaltada al notar su ausencia en la cama, me he levantado bruscamente y he ido a su encuentro.
Como cada noche, desde hace algunas ya… está en el balcón contemplando las estrellas, yo le observo en silencio, estará recordando cuando me llevaba de la mano por Compostela, como él me contaba por “el campo de las estrellas”…
En el momento que intentaba alejarme de allí sin ser vista, mis labios se abrieron y gimieron de dolor… él volvió la cabeza y me ofreció su mano para que le acompañase.
Yo miré hacia una estrella y la señalé… ¡Mira esa es la más luminosa! Cuando la oscuridad llegue a nosotros, tú mirarás hacia arriba y me verás… siempre iluminaré nuestra casa… ¿Me has oído?
-¡Te he oído!- Exclamó prestandome el calor de sus abrazos.
Me besó.
Le besé.
Y seguiamos besándonos cuando despuntaba el alba…