Segovia Tiene Magia
Entro en la ciudad y en un arrebato de confianza le robo las primeras vistas, me da el alto el acueducto, guardián inamovible que durante siglos ha identificado a la vieja Dama, allá donde llegaran las noticias de su existencia. Según nos vamos acercando se va exaltando la grandiosidad de sus arcos.
Justo cuando llegamos a la base de sus pilares, les cuento a mis hijos la leyenda de ese acueducto y la historia verdadera, ambas les fascinan porque son interesantes las dos, me dicen que no han visto nada igual, me siento igual que ellos asombrada ante la magnitud de ese fantástico monumento.
Subo por la calle Juan Bravo, y al llegar a la Plaza Mayor hago una pausa y me pierdo entre el gentío que en esos momentos están contemplando un espectáculo de marionetas.
Seguidamente me dejo arrastrar por los viandantes, la mayoría turistas. Pienso por un momento como me gustaría poder ir hacia atrás en el tiempo y entrar en el inmenso Alcázar como lo hicieron los Reyes Católicos en su reinado.
Recorro con la mirada el paisaje que me envuelve, qué misterios encierran en este bello paraje. Me siento a la orilla del rio Eresma y toco con mis manos el agua gélida y transparente, una sensación magnifica, de plenitud me invade al dejar que esa agua acaricie mis manos y mi rostro.
A la derecha de dónde me encuentro, diviso la Iglesia de la Veracruz, y recuerdo las historias de la Orden de los Caballeros del mismo nombre… que fascinantes aventuras tan bien narradas he podido descubrir en interesantes obras literarias.
Habituada desde mi nacimiento a las pequeñas dimensiones de mi pueblo, me siento atraída por estos bellos parajes, y desde que la visité por primera vez, necesito venir a sentarme aquí a la orilla de este rio y contemplar en silencio años y años de historia.
Cierro los ojos y puedo percibir como los olores se entremezclan en mis sentidos, debo admitir que me emociono fácilmente y que esta tierra contiene para mí, una magia difícil de explicar.
Y así sucedió:
A lo lejos divisé a un caballo con su jinete que avanzaba a gran velocidad hacia donde yo estaba.
Solo le vi los ojos, llevaba el rostro cubierto por una máscara de bronce al igual que su pecho. Portaba una gran cruz en su estandarte y sus armas brillaban al sol que languidecía en el ocaso del atardecer.
Al llegar a mi altura bajó del estribo, y cogiendo a su caballo de las bridas, avanzó hacia mí con paso ceremonioso, acompañado de la insignia del Orden De Los Caballeros.
-¿Quién eres? Pregunté casi en un susurro. Realmente estaba asustada, la sangre y suciedad acumulada en sus vestimentas le daban un aspecto tenebroso.
Sin responder a mi pregunta, agarró con su mano libre las mías y tiró de ellas, dirigiéndose al río donde su caballo, bebió con avidez.
El Caballero retiró el yelmo de su cabeza, pude contemplar sus revueltos cabellos castaños. Su mirada se poso sobre mí. Observé cómo se despojaba de su armadura y descansaba sobre el manto verde, imitando a un velo que la brisa cambiaba de color al antojo de la despedida del día.
Un estruendo rompió la voz del viento y acalló el murmullo del río. Se tensó el ambiente y cuando alcé la vista, vi una nube polvorienta envolver a soldados que se contaban por cientos que se dirigían hacia nosotros, bajando por la ladera de la Iglesia. Una hondonada de piedras nos anunció que venían en nuestra dirección.
El Caballero, recobró la compostura a tiempo para protegernos con su escudo. Me aupó a su montura y espoleándola me gritó:
-¡Huye! ¡Sal de aquí! ¡Mantén la cabeza agachada!
-Pero… ¿y tú?- Le pregunté asustada, con el corazón en un puño.
Se rasgó la túnica donde llevaba bordada la gran cruz de color rojo…y descubrí que roja también era la sangre que salía a borbotones de su pecho.
Intenté saltar del caballo, grité un ¡no! con todo mi aliento, pero el caballo ya había fijado su dirección hacia el río.
Cuando lo miré por última vez pude distinguir como bajaba la celada de su yelmo, y espada en ristre esperaba sus últimos instantes. Las sombras de la noche empezaron a aparecer cuando el sol definitivamente se escondió para dar la bienvenida a la luna. Oculta dónde yo estaba, divisé como el fuego aparecía en los alrededores. Los gritos se fueron atenuando y con resignación también esperé mi final.
-¡Levántate bella durmiente! La voz de mi familia, me vuelve a la realidad, después de una copiosa comida, y sobre la frondosa pradera que hay junto al río, me he adormecido unos momentos y he soñado… sonrío con la ironía de una quinceañera pero no digo nada, solo miro hacia la Iglesia de Veracruz, a veces los sueños son tan reales que miedo da no diferenciar la realidad de un sueño.
Sentí la tristeza de tener que partir de nuevo hacia mi lugar de residencia, atrás dejaba esa magia que me envolvió como una ligerísima niebla a mi alrededor.
Y entonces sucedió de nuevo, lo que no me esperaba encontrar. Allí en el centro de la jungla de asfalto, llegó él solo, apareció de la nada, con su caballo de acero, ya no tenía yelmo sino un casco gris plateado, se subió la “celada” y mis ojos no podían dar crédito a lo que estaban viendo.
En un principio pensé que era una alucinación, pero realmente era tu misma mirada. Letras impresas sobre el acero plateado de tu moto, me dejan perpleja, y leo así… “Ojalá recuerdes mi mirada, cuando la distancia ciegue nuestra presencia y creas que no nos volveremos a ver”. Me levantaste el dedo pulgar en señal de triunfo, el semáforo se puso en verde y te alejaste… en tu chaqueta de cuero, leí de nuevo unas letras impresas en rojo”Con luna vine, con luna vi y con luna vencí” y desapareciste de mi vista… ¿Para siempre? No, no lo creo así, ese es el lema de mi escudo familiar.
¿Qué sentido tenía contarle todo esto a alguien? Nadie me creería, sin embargo lo estoy haciendo ahora, a todos vosotros. ¿Me pregunto, le robé una imagen al sueño o a la realidad?
Cuando se encienden las primeras farolas, abandono la ciudad, atrás queda la batalla, atrás queda el pasado, atrás quedan los sueños, atrás queda Segovia.
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