-¡Sexo! Gritó la más joven, y todas sonreímos a su exclamación.
-Sí, sí… argumentemos por qué cada una de nosotras elegimos una palabra. Yo elijo “Sexo”, porque sin él no hay vida, no hay salud no hay amor…bueno eso es más cuestionable. -Continuó hablando Ana, con la típica verborrea de una chica joven.
-¡Yo elijo esa palabra! Hagamos una apuesta a ver quién elige la palabra más bella del diccionario.
Mientras hablaba, sus dedos tecleaban en el ordenador la palabra “Sexo”.
Y así fue como aquella noche, que se presentaba tediosa, se convirtió en una de las noches más interesantes. Cada una de nosotras se lanzó a la búsqueda de la palabra que habría de superar a las de las demás en originalidad y belleza.
Almudena se decantó por “Salud”, palabra que sustituye a la lotería cuando no toca. Mientras que Cristina, eterna enamorada, se abrazó al “Amor”.
Yo elegí la palabra que engloba a todas las palabras, origen y causa de que la palabra propiamente dicha exista: “Vida”.
Las exigencias para que argumentara dicha elección no se hicieron esperar. Todas coincidían que es un término muy amplio y que a la vez no concreta una única definición.
Empecé mi argumentación, metiendo la palabra en la cesta de un globo de colores.
-Los vuelos en globo siempre empiezan al amanecer, cuando el ambiente está más tranquilo, no hay corrientes ni turbulencias que alteren el vuelo, porque la noche ha hecho las paces entre el cielo y la tierra. Es el momento ideal de venir a la vida. Todos cuidan de ti, y te protegen cuando llegas a la pradera para iniciar el viaje. La palabra de Cristina ya forma parte de tu equipaje aunque el miedo y la incertidumbre te acompañan en este inicio. Es como la vida misma cuando das los primeros pasos, el miedo al equilibrio en sus comienzos a lo desconocido.
Pero poco a poco la confianza te abraza, y te vas soltando de esas cuerdas o de las manos de papá y mamá. Aún sientes miedo cuando miras hacia los lados y hacia abajo, pero eso es precisamente lo que te dice que estás vivo… sientes miedo, temor, pero también alegría y te vas sintiendo cada vez más seguro y por lo tanto más feliz. Vas soltando manos y apoyos. Te visita el Sr Sarampión, la Sra Varicela… es cuando la palabra de Almudena sube a bordo.
Aumenta la temperatura del globo, te elevas más alto y cuando divisas las primeras nubes abandonas tu infancia. Los primeros rayos de sol te traen la adolescencia y cada vez dependes más de ti mismo. Una luz cegadora te descubre el amor de tu vida, sí has elegido mal, en el próximo viaje en globo lleva unas gafas de sol. Cuando mi palabra lleva todas estas sensaciones de ventaja, querida Ana, aparece la tuya: “Sexo”. Aunque tu palabra acaba de nacer y la mía ya viaja sola, las dos hacen un buen tándem para que el globo se estabilice para que suban nuevos compañeros de viaje: Los hijos.
El globo ya no coge más altitud, se mantiene estable. Es el momento de disfrutar de las vistas. Te relajas, miras hacia abajo, ves el cauce de los ríos, ahora rectos, ahora curvos, como la vida misma… divisas los colores ocres del otoño, los intensos primaverales, los ácidos veraniegos o los blancos invernales. El globo se tiñe con los colores de la vida, y para que no pierda altura abrimos la maleta y tiramos las últimas inseguridades, dudas, sueños caducados, los últimos recibos de la hipoteca… bueno si queda algún recibo pendiente que lo tire el siguiente que suba en globo.
Cuando el sol ilumina las nubes de refilón, el globo empieza a descender, lo hace lentamente, solamente alguna que otra brisa, lo balancea de vez en cuando. El hombre del tiempo llama a estas brisas “achaques”. Nada importante, de no ser que en uno de estos “achaques”, querida Ana, tu palabra tenga que bajarse de la cesta… o viajar fuera de ella.
Cuando el globo en su descenso, atraviesa las nubes, el sol apenas es un punto rojo en el horizonte. Empieza a refrescar y la luz pierde intensidad. Sin prisas, sin agobios, empezamos a saborear los momentos vividos a lo largo del viaje.
Pero no siempre el descenso es suave y tranquilo, también hay vientos huracanados que agitan la cesta para que algún viajero se baje antes de tiempo. La cesta se equilibra de nuevo y el consuelo de unas manos amigas te tranquiliza. El globo sigue bajando.
Según nos vamos acercando de nuevo a la pradera, los ríos nos parecen más pequeños, los valles menos profundos y las montañas menos altas de cuando partimos. El paisaje ha cambiado aquellos colores vivos por otros más cálidos, sin estridencias.
Nos esperan los amigos de toda la vida, y aparecen otras palabras que no hemos mencionado: cariño, comprensión, cuidados… y nosotros nos sentamos a ver como en el horizonte, el sol está a punto de esconderse detrás de los montes, dibujando con su silueta una sombra chinesca que bien pudieran ser una legión de ángeles con las alas abiertas.
Cerramos los ojos y podemos presentir que cuando el sol salga por la mañana, el globo partirá con nuevos pasajeros, a los que hemos advertido de las turbulencias que se pueden encontrar en el viaje. Algo nuestro viaja en sus maletas, algo nuestro no se bajará nunca de su cesta.
En la quietud de la noche, sonó la sintonía del móvil de Ana. Leyó el mensaje y dijo rápidamente.
-Chicas…mañana tengo que irme cinco minutos antes, quiero pillar a mi novio y darle una sorpresa. Tengo que aprovechar el momento antes de que mi palabra se baje del dichoso globo.
Todas reímos la ocurrencia de Ana. Mientras Almudena se metía un caramelo mentolado en la boca, para suavizar la carraspera que le había dejado el último constipado.
Cristina llamó a su marido, para preguntarle si todo iba bien en el turno de noche de la comisaría donde estaba de guardia.
Al llegar a casa, me la encontré vacía. El resto de los que la habitaban ya estaban en sus tareas diarias. Pasé delante de la estantería donde estaba una foto en la que aparecía yo sonriente en compañía de mis abuelos, en el balcón de su casa asturiana. Era una mañana clara. Un globo con los colores del arco iris asomaba detrás de Los Picos de Europa.
-Sí, sí… argumentemos por qué cada una de nosotras elegimos una palabra. Yo elijo “Sexo”, porque sin él no hay vida, no hay salud no hay amor…bueno eso es más cuestionable. -Continuó hablando Ana, con la típica verborrea de una chica joven.
-¡Yo elijo esa palabra! Hagamos una apuesta a ver quién elige la palabra más bella del diccionario.
Mientras hablaba, sus dedos tecleaban en el ordenador la palabra “Sexo”.
Y así fue como aquella noche, que se presentaba tediosa, se convirtió en una de las noches más interesantes. Cada una de nosotras se lanzó a la búsqueda de la palabra que habría de superar a las de las demás en originalidad y belleza.
Almudena se decantó por “Salud”, palabra que sustituye a la lotería cuando no toca. Mientras que Cristina, eterna enamorada, se abrazó al “Amor”.
Yo elegí la palabra que engloba a todas las palabras, origen y causa de que la palabra propiamente dicha exista: “Vida”.
Las exigencias para que argumentara dicha elección no se hicieron esperar. Todas coincidían que es un término muy amplio y que a la vez no concreta una única definición.
Empecé mi argumentación, metiendo la palabra en la cesta de un globo de colores.
-Los vuelos en globo siempre empiezan al amanecer, cuando el ambiente está más tranquilo, no hay corrientes ni turbulencias que alteren el vuelo, porque la noche ha hecho las paces entre el cielo y la tierra. Es el momento ideal de venir a la vida. Todos cuidan de ti, y te protegen cuando llegas a la pradera para iniciar el viaje. La palabra de Cristina ya forma parte de tu equipaje aunque el miedo y la incertidumbre te acompañan en este inicio. Es como la vida misma cuando das los primeros pasos, el miedo al equilibrio en sus comienzos a lo desconocido.
Pero poco a poco la confianza te abraza, y te vas soltando de esas cuerdas o de las manos de papá y mamá. Aún sientes miedo cuando miras hacia los lados y hacia abajo, pero eso es precisamente lo que te dice que estás vivo… sientes miedo, temor, pero también alegría y te vas sintiendo cada vez más seguro y por lo tanto más feliz. Vas soltando manos y apoyos. Te visita el Sr Sarampión, la Sra Varicela… es cuando la palabra de Almudena sube a bordo.
Aumenta la temperatura del globo, te elevas más alto y cuando divisas las primeras nubes abandonas tu infancia. Los primeros rayos de sol te traen la adolescencia y cada vez dependes más de ti mismo. Una luz cegadora te descubre el amor de tu vida, sí has elegido mal, en el próximo viaje en globo lleva unas gafas de sol. Cuando mi palabra lleva todas estas sensaciones de ventaja, querida Ana, aparece la tuya: “Sexo”. Aunque tu palabra acaba de nacer y la mía ya viaja sola, las dos hacen un buen tándem para que el globo se estabilice para que suban nuevos compañeros de viaje: Los hijos.
El globo ya no coge más altitud, se mantiene estable. Es el momento de disfrutar de las vistas. Te relajas, miras hacia abajo, ves el cauce de los ríos, ahora rectos, ahora curvos, como la vida misma… divisas los colores ocres del otoño, los intensos primaverales, los ácidos veraniegos o los blancos invernales. El globo se tiñe con los colores de la vida, y para que no pierda altura abrimos la maleta y tiramos las últimas inseguridades, dudas, sueños caducados, los últimos recibos de la hipoteca… bueno si queda algún recibo pendiente que lo tire el siguiente que suba en globo.
Cuando el sol ilumina las nubes de refilón, el globo empieza a descender, lo hace lentamente, solamente alguna que otra brisa, lo balancea de vez en cuando. El hombre del tiempo llama a estas brisas “achaques”. Nada importante, de no ser que en uno de estos “achaques”, querida Ana, tu palabra tenga que bajarse de la cesta… o viajar fuera de ella.
Cuando el globo en su descenso, atraviesa las nubes, el sol apenas es un punto rojo en el horizonte. Empieza a refrescar y la luz pierde intensidad. Sin prisas, sin agobios, empezamos a saborear los momentos vividos a lo largo del viaje.
Pero no siempre el descenso es suave y tranquilo, también hay vientos huracanados que agitan la cesta para que algún viajero se baje antes de tiempo. La cesta se equilibra de nuevo y el consuelo de unas manos amigas te tranquiliza. El globo sigue bajando.
Según nos vamos acercando de nuevo a la pradera, los ríos nos parecen más pequeños, los valles menos profundos y las montañas menos altas de cuando partimos. El paisaje ha cambiado aquellos colores vivos por otros más cálidos, sin estridencias.
Nos esperan los amigos de toda la vida, y aparecen otras palabras que no hemos mencionado: cariño, comprensión, cuidados… y nosotros nos sentamos a ver como en el horizonte, el sol está a punto de esconderse detrás de los montes, dibujando con su silueta una sombra chinesca que bien pudieran ser una legión de ángeles con las alas abiertas.
Cerramos los ojos y podemos presentir que cuando el sol salga por la mañana, el globo partirá con nuevos pasajeros, a los que hemos advertido de las turbulencias que se pueden encontrar en el viaje. Algo nuestro viaja en sus maletas, algo nuestro no se bajará nunca de su cesta.
En la quietud de la noche, sonó la sintonía del móvil de Ana. Leyó el mensaje y dijo rápidamente.
-Chicas…mañana tengo que irme cinco minutos antes, quiero pillar a mi novio y darle una sorpresa. Tengo que aprovechar el momento antes de que mi palabra se baje del dichoso globo.
Todas reímos la ocurrencia de Ana. Mientras Almudena se metía un caramelo mentolado en la boca, para suavizar la carraspera que le había dejado el último constipado.
Cristina llamó a su marido, para preguntarle si todo iba bien en el turno de noche de la comisaría donde estaba de guardia.
Al llegar a casa, me la encontré vacía. El resto de los que la habitaban ya estaban en sus tareas diarias. Pasé delante de la estantería donde estaba una foto en la que aparecía yo sonriente en compañía de mis abuelos, en el balcón de su casa asturiana. Era una mañana clara. Un globo con los colores del arco iris asomaba detrás de Los Picos de Europa.
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